En uno de mis paseos por la tarde, después de trabajar, me metí por el hayedo que hay por el camino que sube por la umbría, al final del pueblo. Esta vez llegué al cruce que hay a media altura en la montaña y me fijé en que hay cuatro caminos. Anteriormente solo me había fijado en tres; por el que se sube, el que sigue subiendo tras girar y el que sigue de frente pero baja y se corta pronto. Esta vez veo que hay uno que sigue de frente y sube. Es el perro de la casa en la que vivo y que últimamente me acompaña en los paseos el que me hace ver que existe este camino.
Este camino sigue durante un buen rato entre hayedos misteriosos hasta que llega un punto en el que se termina.
Paso por un montón como de cáscaras de semilla y trozos de material vegetal que me llama la atención. Y lo hace porque podría ser alguien que lo ha amontonado pero en este lugar tan recóndito y poco transitado es difícil que alguien lo haya hecho. Entonces me fijo con un poco más de atención y veo que montones de hormigas se van acercando hacia este lugar y ascendiendo por este montón cargadas de material vegetal.
El silencio en este lugar es grande y si uno se queda completamente quieto puede oír el ruido de la hojarasca al moverse por el paso de miles de hormigas.
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