Sabero es otra de las importantes cuencas carboníferas de León. Sigue esa gran brecha dirección este – oeste de carbón que recorre toda la provincia y sigue por la de Palencia. Fue de aquellas zonas donde la población creció desmesuradamente a la sombra de las minas y donde la riqueza florecía. Sin embargo ha sido una de las zonas totalmente arrasada por la reconversión y donde los pobladores, demasiado bien acostumbrados a mamá empresa, ahora son incapaces de sobreponerse solos.
Se ha hablado mucho del abuso de las empresas mineras sobre los trabajadores. El movimiento sindical se ha ocupado de ello poniendo a las empresas como esos ogros negros que abusan hasta la extenuación de la mano de obra. Y hay una gran parte de razón en ello. Pero no se cuenta la acción social, no neguemos que interesada, que hicieron estas empresas en las poblaciones. Crearon escuelas, hospitales, casinos, carreteras, economatos, viviendas, todo giraba alrededor de la empresa.
No neguemos tampoco que durante el siglo XX, especialmente después de la guerra, las condiciones de trabajo de los mineros fueron mejorando sustancialmente, hasta llegar los últimos momentos en los que como narran las gentes no mineras que les circundaban, los mineros eran unos señoritos que presumían de las importantes nóminas que cobraban, de los pagos en especie que tenían y de la enorme protección de los sindicatos que impedía que trabajaran más de lo estrictamente estipulado o que tuvieran que hacer algo que no estuviera dentro de sus estrictas labores. Tenían unos horarios de trabajo reducidos que incluían el tiempo de ducharse y el recorrido por la mina hasta el frente de trabajo, con lo cual el tiempo que realmente estaban en el tajo se recortaba considerablemente. Empezaban jóvenes a trabajar pero a los cuarenta y tantos años entraban en prejubilación con lo que en plena flor de la vida se permitían dedicarse a disfrutar de la vida con una pensiones que muchos quisieran cobrar trabajando.
Tanto en las minas andaluzas de El Alquife como en estas leonesas he oído ese comentario de que los mineros iban de bar en bar, cubalibre en mano presumiendo del dinero que ganaban, tiempos en los que el resto apenas se podía permitir estas bebidas.
No pretendo entrar en quien tenía la culpa o quien era el malo. La realidad era compleja pero el autentico trauma vino en el momento en que esto se desmoronó y estas cuencas se quedaron en la misma situación que cualquier zona deprimida de montaña.
Y este es el caso de la zona de Sabero. No queda ninguna mina en funcionamiento y los pueblos, a pesar de las fuertes sumas de dinero inyectadas por los planes Miner, se han hundido, quedando solo reminiscencias de su antiguo esplendor.
Sabero no es un pueblo bonito, probablemente no lo ha sido nunca. El desarrollo descontrolado en las épocas de esplendor no hicieron pueblos bonitos, pero tiene todos los elementos arquitectónicos típicos de los pueblos mineros. Por otro lado dispone un estupendo resto de una gran aventura empresarial de la primera mitad del siglo XIX y que se llama la Ferrería de San Blas.
Había pasado ya en numerosas ocasiones por Sabero de camino a la zona de Riaño y a los picos de Europa. Siempre había dicho de parar alguna vez para ver los restos de mina que todavía hay.
Sin embargo fue en internet donde encontré unos documentos interesantes sobre esta cuenca que atrajeron mi atención y sobre la curiosa aventura de la Ferrería de San Blas.
Según parece todo empezó en el año 1830 en que se empezaron, parece ser por parte de una compañía inglesa, las primeras explotaciones de carbón en la zona. Hay que recordar que la revolución industrial aumentó las necesidades de energía exponencialmente. Hasta la época lo que se fabricaba era artesanal y se alimentaba básicamente de madera. Las fábricas esquilmaron los montes y hacía falta otra fuente. Y fue el carbón la gran suministradora de energía de la época. Quizás fue también al revés, el uso del carbón y del vapor permitió el desarrollo de la industria. La cuestión es que fueron los ingleses los que comenzaron la revolución y fueron los que recorrieron el mundo buscando carbón y materia prima, en especial minería metálica. Mucho después fuimos los españoles los que iniciamos la revolución y en general de manos de compañías extranjeras hasta nuestros días. No hay que olvidar la gran, pero en general aislada y heroica labor de algunos acomodados ricos ilustrados que crearon sus propias aventuras empresariales. Pienso que la cosa de los ingleses no prosperaría por los problemas de comunicación.
En 1841 un ingeniero de minas llamado Miguel Iglesias Botias obtuvo las primeras concesiones y creó la empresa Palentina de Minas. Esta empresa por lo visto disponía de poco dinero y se creó la Palentino – Leonesa de Minas con nuevos accionistas. Esto tampoco prosperó y se arrendó a Santiago Cordero “El maragato” que fue el que lanzó la aventura de los altos hornos que es lo que me ha atraído y me ha hecho visitar la zona.
Éste debía ser un personaje curioso. Por lo que he leído fue carretero pero consiguió ir amasando fortuna hasta el punto que llegó a formar parte del Congreso de los Diputados e iba a él vestido de maragato.
Bueno, la cuestión es que según los historiadores, ante los problemas de sacar y vender el carbón de la zona, se lanzaron a crear unos altos hornos. Por lo visto en la zona eran conocidas zonas con mineral de hierro y aunque no eran muy rentables se abrieron para obtener este metal. Con el metal se podía dar uso al carbón como energía para sacar hierro. Se compró maquinaria de laminación y la necesaria para los altos hornos y se trajo desde Inglaterra. Se trasladó la maquinaria desde el puerto de Gijón y se trajo en bueyes en un viaje digno de elogio.
Con todo ello se montó un alto horno con tecnología moderna para la época pues usaba carbón de cok. Este carbón se conseguía en hornos de cok construidos en la misma factoría. Se construyeron dos altos hornos que presumen de ser los primeros de España. Los asturianos presumen que los primeros fueron los que se construyeron para la fábrica de armas de Trubia pero estos leoneses se hicieron un año antes. Se montó también una nave de laminación con la que se manipulaba el metal y se le daba distintos usos.
Fue un montaje espectacular que duró 17 años pero que no acabó de cuajar por muchos y diversos problemas. Problemas de liquidez. Por otro lado hubo muchos problemas para conseguir que aquello diera un hierro de calidad a pesar de que se contrató mucho personal extranjero experimentado, aunque otros dicen que se consiguieron piezas de gran calidad. También se cuentan problemas de tipo político donde los propietarios de algunas minas palentinas pusieron todas las trabas posibles a esta empresa. Los continuos problemas de transporte que subsistían, en fin de todo.
Todo ello con el tiempo fue desmantelado. De los altos hornos solo queda la pasarela de ladrillo para acceder a la parte alta del horno y verter los minerales. Es lo que llaman ahora el huevo. Sin embargo subsistió una gran reliquia que es la nave de laminación. Construida de ladrillo visto y que forma una gran nave con arcos ojivales es la gran joya. También subsiste la antigua sala de maquinas que insuflaba aire a los altos hornos y que ahora está transformada en viviendas. De los hornos de cok no queda nada. También cuentan que se construyó hasta una fábrica de ladrillo refractario para autoabastecerse.
Llevan años tras el hundimiento del carbón queriendo hacer un museo de la siderurgia y la minería pero nunca lo acaban. En esta intervención ha entrado la nefasta acción de los arquitectos que han llenado la antigua nave de puertas de hierro y toda clase de elementos modernos. También crearon junto a la nave el llamado cubo o edificio cuadrado, moderno y de dudoso gusto para no se que.
Tras el cierre de la siderurgia se hundió la minería del carbón y la metálica, esta segunda definitivamente. La del carbón resurgió en distintas épocas cuajando en 1890 con la empresa “Hulleras de Sabero y Anexas S.A.” que ha durado hasta el nuevo hundimiento y quizás definitivo de la minería en los años 90. El capital de esta empresa era vasco y supongo que prosperó mucho con la creación del ferrocarril La Robla – Bilbao que dio salida al carbón de todas estas cuencas a partir de 1890.
El pueblo de Sabero es un monumento vivo, mejor medio muerto, de la minería. Quedan los restos de la siderurgia, pero es que además hay numerosas líneas de casas típicamente mineras. En la misma zona de la siderurgia hay adosados típicamente mineros. Un poco más arriba hay unos típicos cuarteles mineros. Los cuarteles son bloques de planta baja y piso con distintos cuartos o pequeñas casas para vivir las familias mineras. A las casas del primer piso se accede a través de un corredor. Al haber distintas casas todas iguales resalta la igualdad de la disposición de puertas y ventanas tanto en el primer piso como en la planta baja. Al fondo están los restos de las dependencias de la mina Sucesiva. Es una mina que consta de un socavón (entrada en horizontal) y un plano inclinado lo que le da una forma un tanto rara pues no tiene castillete. Quedan restos de las oficinas y los vestuarios, la sala de maquinas del elevador del plano inclinado. Éste está tapado pero se puede ver como se desprenden vapores a través de pequeños ventanucos. Quedan restos del socavón que está al fondo pero la boca está hundida como la mayoría hoy en día para que no entre nadie. También queda en esta zona el antiguo hospital hoy abandonado pero prácticamente completo. En el centro del pueblo está el casino, casona espectacular hoy reconvertido en restaurante y salón de banquetes. Hay también varios chalets de gran calidad que debieron ser casa de ingenieros.
Tras esto nos fuimos a ver las instalaciones de Vegamediana. Son unas instalaciones que se construyeron a finales del XIX junto al río Esla a cosa de 1 km del pueblo. Parece ser que empezó como hornos de cok para fabricar este tipo de carbón de mayor valor energético. Poco a poco se fue montando una espectacular instalación con lavaderos, hornos y fabrica de briquetas y ovoides. Se construyó un ferrocarril para trasladar el carbón desde las minas hasta la planta. Ahora están abandonadas y prácticamente desmanteladas. Solo queda un ligero aire de la enorme instalación que constituyó. Una lástima.
Tras esto nos fuimos al pueblo de Olleros de Sabero. Está muy cerca de Sabero. En los primeros tiempos fue una ciudad dormitorio de los mineros. En Sabero solo vivían los cargos principales. Llegó a tener más de 3000 habitantes que para la zona es una cifra muy importante. A partir de 1890 cuando se constituyó la Hulleras de Sabero y Anexas S.A. se construyó el pozo de la Herrera I. Hoy se puede ver junto a la carretera. Todavía queda el castillete y la nave que lo contiene. En esta nave se puede ver aunque todo en ruina interesantes restos. Se puede ver la sala de trasformadores, un cuadro eléctrico antiguo de mármol, las dos jaulas del elevador todavía tiradas en la nave del pozo. Son jaulas de dos pisos y todavía una tiene las vagonetas dentro. Se puede ver los restos de los vestuarios y las duchas, los mostradores de la sala de herramientas y lampistería. Todavía se puede uno imaginar aquello en funcionamiento. En internet he visto fotos de la época de estas dependencias. La sala de máquinas de piedra es una autentica joya y todavía pesar del saqueo de cobre y hierro las máquinas están bastante completas.
Vale la pena visitarlo.
Más arriba al otro lado del pueblo está la mina de la Herrera II, más moderna pero que ya por cansancio y falta de tiempo no visitamos.
Sabero es una joya lastimosamente abandonada.
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