Tenemos ganas de ver montaña y nos subimos hasta Picos de
Europa, no para subir nada pero si para dar un paseo.
El recorrido desde León hasta el valle de Valdeón es
largo. Nos cuesta más de hora y media. El aislamiento es todavía elevado a
pesar que las carreteras han mejorado mucho en unas décadas.
Nosotros bajamos hasta Mansilla de las Mulas y tomamos la
N-625. Nos adentramos por ella en el valle del Esla. Hasta Cistierna recorremos
una vega ancha y llana. Su tierra es fértil, franca y profunda. Es una lástima
que el clima no le acompañe y solo se cultiven prados, choperas y maizales.
Los pueblos disponen de terreno y sus casas son grandes.
Anchas puertas para acceso de la maquinaria, antiguamente de carros, con toda
clase de productos que eran almacenados en el interior. Todavía se pueden
observas casas con muros de adobe que a duras penas resisten la falta del
mantenimiento necesario.
Llama la atención la poca antigüedad de las iglesias
muchas de ellas de estilo foráneo. Desconozco si son producto de la destrucción
en la Guerra Civil o de una renovación poco inteligente en épocas boyantes.
Cistierna es la puerta de la montaña. Ya unos kilómetros
antes se ve la inmensa mole de Peñacorada delante de nosotros.
En la circunvalación de la población corremos paralelos
durante unos instantes con el ferrocarril de vía estrecha La Robla – Bilbao. Es
un ferrocarril de origen minero que recorre buena parte de las cuencas
carboníferas de León y de Palencia. Miles de toneladas de carbón circularon por
estas vías con destino a los Altos Hornos de Vizcaya. Hoy todavía sobrevive para
tráfico de pasajeros pese a los políticos que no tardarán en destruirlo.
El valle se estrecha aunque se mantiene plano. No mucho
más arriba de Cistierna aparecen las ruinas de lo que fue la zona industrial
minera de Vegamediana. En ella se producía coke, briquetas y ovoides y hoy solo
queda desolación.
Hasta el embalse de Riaño disfrutamos de las
espectaculares laderas pobladas de bosques caducifolios todavía mostrando sus
increíbles tonalidades otoñales.
Una vez pasado la nueva población de Riaño nos paramos a
contemplar las montañas de los alrededores del embalse que forman un conjunto
especialmente bonito.
Seguimos subiendo en nuestro camino hacia el valle de
Valdeón. Para ello hay que tomar el desvío, a la salida de Riaño, hacia el
puerto del Pontón, camino de Cangas de Onís. Ya cerca de la cumbre del puerto
hay otro desvío que nos conduce a Posada de Valdeón. Esta estrecha carretera
está prácticamente cubierta de robles y es otro sitio digno para disfrutar de
los colores del otoño.
Paramos en lo alto del puerto de Panderuedas donde aparece
ante nuestra vista la inmensa mole de Picos de Europa.
Aquí paramos y dedicamos un buen tiempo a pasear y
disfrutar de la increíble tranquilidad y del añorado sol que nos falta en
Galicia.
Ya se acerca la hora de comer y lo hacemos en el famoso
restaurante Begoña de Posada de Valdeón. Según cuentan es el más antiguo del
lugar cuando todavía empezaba el turismo. Hay otros pero en invierno están
cerrados, solo se dedican a la marabunta del verano.
Para comer tienen lo que hay y hoy toca cocido. Es un poco
excesivo para el buen día que hoy hace y lo poco que hemos caminado pero no
dejamos ni medio garbanzo. De postre tomamos un cremoso queso de Valdeón, queso
azul de untar de fuerte sabor.
Por la tarde necesitamos quemar un poco de comida y
bajamos andando hasta el pueblo de Cordiñanes, con el macizo Central de Picos a
nuestra derecha y el Occidental a nuestra izquierda siguiendo el curso del río
Cares. Caballos, vacas, ovejas y gallinas nos entretienen.
La vuelta a León se hace muy pesada tras un buen día como
éste.